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viernes, 11 de octubre de 2013cermi.es semanal Nº 95

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Los raros

Panero o el éxtasis blasfemo

Por Esther Peñas

07/10/2013

Son escasas las familias en las que la mayoría de sus miembros cosen con hilo literario. Las hermanas Brönte, por ejemplo, pero también dos sagas más próximas y bizarras, la de los Goytisolo (contaba Luis que no había acto público en el que, al presentarle, no le adjudicasen méritos ajenos), todos ellos como cincelados en piedra, y la de los Panero, cuya lírica fragilidad quedó encerrada en el celuloide.

Portada de "Cuentos completos", de Leopoldo María PaneroDe esta última, tras el deceso de Juan, sólo queda Leopoldo María, que ya no podrá robarle el güisqui a su hermano mayor, quien, a falta de un legado más corpóreo, le arrimó al calor poético para resguardarle de la inclemencia humana, y junto a él se quedó, avivándolo en los distintos psiquiátricos que le han servido de hogar. 
 
A uno siempre le queda la duda de si lo de Leopoldo María (Madrid, 1948) será patraña, una perversa charada para vengarse de todos, o si la fractura de su mente es tan real como las llagas de su poesía. En él, en Leopoldo María, nombre compuesto que le da el matiz de rebeldía, el derecho a ser otro, distinto, y no perpetuar el peso marmóreo del padre como losa, el exabrupto y lo inspirado se concitan por igual. Lo mismo jura por el dios bendito en el que él cree no creer que su padre no es su padre, que él es hijo de un padre que le es desconocido, y hasta parece que así lo siente, si el brillo en sus ojos no asomase travieso dando la voz de alarma; lo mismo finge ser Leopoldo María Panero y escribe versos que te conmueven: “sólo es hermoso el pájaro cuando muere destruido por la poesía”.
 
La suya es una literatura con huellas de Yeats, y Trakl, y Nicanor Parra, y Pound, y Leopoldo padre, y Juan, el hermano. Pero con una violencia distinta y luminosa, como si la suya fuera una poética de las que amorosamente coloca una bomba en el corazón de la muerte, utilizando las palabras del psiquiatra sudafricano David Cooper, uno de los teóricos de la ‘antipsiquiatría’, junto a Foucault. 
 
“El acontecimiento es que pase algo. Lo que ocurre en la realidad cotidiana es que no pasa nada. Lo que pasa es en secreto solamente. En la sociedad burguesa solamente ocurre el acontecimiento en el bar o en el cine, pero aquí el acontecimiento es algo pasivo. Cuando se hace algo consciente empieza el acontecimiento”. Escribe, y vindica la burguesía como si su tiempo fuera otro, ese mismo en el que el desencanto abrió fisura y conmocionó espectadores. Y ese aquí terrible del aquí de los sanatorios. 
 
Fascinado por la izquierda radical, se afilia al Partido Comunista, lo que le ocasiona su primera visita a prisión. El universo franquista en el que se había desenvuelto el padre y la sofisticación pudiente de Felicidad Blanc (tan madrastra a su tiempo como la España en que ambos nacieron) le causaron un espanto casi ético. Estudia Filosofía y Letras en la Complutense; estudia Filología Francesa en Barcelona (en un tiempo en el que francés era no sólo lo necesario sino lo pertinente); estudia todas las drogas a su alcance (y las escribe poemas, como si fuera perversas enamoradas); estudia los intentos de suicidio (el primero de ellos desencadenó su primer internamiento; nunca se lo perdonó a la madre, que firmó la orden). Estudió asimismo la adolescencia y la enclavija en un universo poético distinto: por primera vez se la canta no desde su pérdida sino desde el triunfo de la adolescencia sobre la voz adulta. Portada de "Aviso a los civilizados", de Leopoldo María Panero
 
Su poesía en un magma de referencias que simulan un caos pero obedecen al orden de haber sido pensadas previamente con un fin concreto. Hay cine (y del bueno y del que no lo es tanto), también desplantes; hay alusiones veladas y explícitas a los clásicos, también hay vómitos políticos, y rencor a la autoridad, y una sexualidad que pretende escandalizar pero a la que le late una ternura casi extinta en los versos de hoy en día. Hay furia y ruido, hay, en Leopoldo María, una música que a veces deviene en guasa (y uno cree haberse perdido el chiste) y a veces sobrecoge por lo bello y plástico (“No es tu sexo lo que en tu sexo busco sino ensuciar tu alma: desflorar con todo el barro de la vida lo que aún no ha vivido”). 
 
Siempre, en él, lo blasfemo como oración. Quizás como memento. Leopoldo María Panero es el auténtico trasgresor. De todos los poetas que se dicen experimentados, que provienen de una experiencia mal entendida, él es el único que asusta a todos, que asume el juego, que se juega entero él, a doble  nada. No hay impostura, o es siquiera una impostura tan asumida que se asume como personal, auténtica. Porque “de lo negro sale el poema, de los pozos del alma inconfesables”. 
 
“No conozco a nadie que no haya vivido en el infierno; ni siquiera Dios mismo sabe de otra cosa. Lo que tú llamas infierno es un modo de la sensibilidad, una forma, por tanto, de goce. La única diferencia es que hay quienes se acostumbran al infierno, que son los que yo llamo resentidos, y hay quienes, por el contrario, luchan contra él, porque quieren gozar, y eso son los felices”. Es un blasfemo de lo canónico. Por eso quema lo genuino de sus versos, el aliento poético, ese alma libérrima que nos recuerda lo que no somos y aún podemos. 
 
“Adiós a la poesía, y larga vida al cerdo que se lame; larga vida al caníbal que nos espera al fin de la página, al gusano iracundo que repta sobre la página  acariciando con los pies la flor del espanto”. 
 
De Leopoldo María resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecia sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y gemadas de los cantos ya amorosos ya místicos ya desesperados de este poeta, ya que en ellos está contenido un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada excepcional literatura modernísima. Se trata, pues, de un raro”.  
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